El abrazo más profundo
Hay un lugar en ti que nunca ha dejado de latir, un rincón sagrado donde no entran las máscaras ni los juicios. Ese lugar te espera, con la paciencia de un viejo árbol que ha visto pasar las estaciones. Lo sabes, en el fondo de tu ser, que hay algo más en ti que lo que muestras al mundo. Y esa parte de ti necesita ser comprendida, abrazada, amada, escuchada.
Volver a ti misma, a ti mismo, no es un viaje con mapas ni destinos claros. Es un suave regreso, una sutil sensación en tu cuerpo que pareciera que te dice: “Aquí estoy, siempre he estado aquí”. Pero nos perdemos en la rutina, en las expectativas de los demás y en los “deberías”. Pero en algún momento, quizá cuando te detienes por un segundo a respirar, lo sientes. Esa leve sensación en tu garganta, en tu pecho, abdomen… que es como una cverteza silenciosa de que hay más, de que dentro de ti vive una verdad que ha estado esperando a ser descubierta.
No necesitas hacer nada extraordinario para llegar ahí. Solo necesitas detenerte. Respirar. Sentir. Permitirte ser, sin presiones, sin exigencias. En ese instante, cuando todo el ruido del mundo se silencia, puedes escuchar la voz más auténtica, la que nace desde el centro mismo de tu ser. Esa voz que te ha hablado desde siempre, pero que a veces has dejado de lado.
Cultivar una relación íntima contigo mismo es como aprender a escuchar una melodía que siempre ha estado ahí, pero que con el tiempo se ha vuelto tenue. Esa melodía te guiará a rincones que no habías explorado antes. A lugares donde quizá no habías querido mirar. Pero, cuando te atreves a escucharte, a seguir esa sensación, te das cuenta de que incluso en los rincones más oscuros, siempre hay luz. Y esa luz es tuya, la única verdaderamente de iluminarte… por dentro. Es la chispa que te recuerda que, en el fondo, todo lo que buscas afuera estaba esperándote dentro de ti.
Te invito a confía en ese río que corre por entre tus entrañas. Es tu intuición que no necesita ser entendida, sólo necesita ser sentida. A veces, ese río te llevará por corrientes suaves, tranquilas, y otras veces te empujará con fuerza hacia aguas desconocidas. Pero siempre te llevará a donde necesitas estar. Si te permites fluir con él, descubrirás que el destino final siempre eres tú misma, tú mismo. Y que es ahí, en ese centro, donde encuentras la anhelada calma.
Este es el abrazo más profundo que puedes darte: aceptar todo lo que eres, con tus luces y tus sombras, con tus certezas y tus dudas. Porque, al final, no se trata de ser perfecto, sino de ser auténtico. De ser tú, en esencia. Y eso, querida amiga, querido amigo, es más que suficiente.
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